No podía creerlo, después de tanto tiempo iba a verla con sus propios ojos. Le habían hablado millones de veces de ella, era como si la conociera de toda vida. La espera se estaba haciendo agónica, pero por fin la estaban llamando a escena…
-… desde las lejanas cumbres nevadas del este: ¡Blasy!
Y salió de su jaula haciendo aparición en el escenario.
No le dejó indiferente. Normalmente la espera engrandece las expectativas y la vivencia esperada queda empequeñecida por lo que uno imagina frente a lo que realmente encuentras. Pero no en este caso. Era una estampa que te atrapaba. Una imagen de la que era imposible apartar la mirada y que a su vez querías borrar de tu retina. Una presencia que en el primer segundo te repugnaba y, extrañamente, pronto se hacía familiar y fascinante. El hecho de que fuera mujer u hombre pasaba desapercibido, era un ser en el que la naturaleza parecía que, deliberadamente se había esforzado en calificar de inclasificable. Sin duda había construido un engendro maravilloso.
Era todo en conjunto una inquietante armonía de belleza absorbente. No te dejaba impasible, de pronto te hacía sentir sucio por estar admirando tan desequilibrante composición como te elevaba en una exaltación de descubrimiento emocional. Esa presencia era un sentimiento turbio y adictivo.
Desde el escenario, las cosas se vivían de otra forma. Tras el primer silencio sostenido de asombro… un leve murmullo. Algo no iba bien, pensó Blasy, normalmente su aparición era más impactante. Y, efectivamente, algo fue mal y a la vez fue mucho más impactante. Entre el público creyó encontrar una mirada que le resultaba familiar que pronto perdió entre el resto de rostros.
Y Entonces ocurrió, un enorme ruido seco y después todo se volvió oscuro y un pitido anuló lo que ocurría alrededor.
¿Qué había pasado? Blasy se había desplomado. Sólo llevaba unos segundos en escena. Apenas había podido asimilar su aparición, después de tanto tiempo esperando y simplemente cayó de espaldas. Todo el mundo había comenzado a correr despavorido, entre la multitud apenas podía distinguir el escenario, parecía que se estaba formando un charco de sangre bajo la cabeza de la mujer barburda.
Aquello le dejó tan impresionado que no sabía qué hacer, cómo reaccionar. Se quedó inmóvil mientras todo alrededor era caos. Había sido muy rápido
– Vámonos.
Alguien le animaba con el codo a salir de allí.
Era su hermano que también permanecía sentado junto a él. Habían acudido juntos a ver el espectáculo. Kasdon, su hermano, también fue quién le había creado aquella expectativa por Blasy. Él fue quien desde pequeño le habló de ella por primera vez y quien despertó esa necesidad de acudir a su espectáculo. Ya verás, será muy especial, le decía. Y quien, después de tanto tiempo, por fin había hecho realidad aquel deseo. Fue quien lo organizó todo: el viaje a la ciudad, el hospedaje, las entradas. Había sido una gran sorpresa.
Y ahora, con lo que acababa de ocurrir, Kasdon permanecía sentado tranquilamente a su lado en aquel graderío. Casi impasible.
– Venga, ya podemos irnos de aquí.
Le repitió.
Al girarse vio que en su mano sostenía un pañuelo que parecía envolver algo.
– ¿Me has oído? Tenemos que irnos.
Guardó aquel pañuelo que humeaba levemente en su bandolera de cuero y se levantó agarrándolo del brazo.
Salieron de aquel lugar tranquilamente. Andando suavemente entre el gentío que se agitaba nerviosamente aún desconcertado por lo ocurrido.
Nadie reparaba en aquellos dos hermanos que salieron lentamente del local. Nadie se fijó en que uno caminaba decidido, sin demora y el otro se dejaba guiar sin voluntad, con la mirada perdida como un espectro.
Caminaron por la ciudad hasta el hostal en el que se alojaban. Un lugar discreto, sin muchos lujos pero confortable. Un lugar donde nadie hacía preguntas incómodas a dos gemelos albinos que pagaban por adelantado las 12 habitaciones de aquel hospedaje y que solo pretendían ocupar una de ellas.
Kasdon y Tronie. Habitación 3. Sus llaves.
Ya en la habitación, Tronie estaba sentado en la cama, aún en estado de shock. Solo podía observar como su hermano preparaba el equipaje. El poco equipaje con el que habían viajado. De su bandolera de cuero sacó el pañuelo. En el pañuelo había envuelta una pistola. Nunca había visto una en realidad, pero sabía lo que era. No podía ser verdad. La colocó en el fondo de la maleta y sobre ella fue apilando la ropa.
No podía ser verdad. Se repetía.
– Kasdon, ¿has matado tú a esa… mujer?
No obtuvo respuesta. Su gemelo seguía ordenando meticulosamente el equipaje de ambos en la maleta.
Le volvió a preguntar.
– ¿Lo has hecho?
– Tenía que haber muerto hace mucho tiempo, Tronie. Ahora intenta descansar, mañana saldremos temprano.
Fue todo lo que dijo aquella noche. Cuando terminó la maleta, se metió en la cama, apagó la luz y se durmió.
Tronie no pegó ojo en toda la noche, se quedó sentado en la cama mirando la tenue luz que entraba por la ventana intentado comprender por qué había hecho aquello.
Después de todo lo que había ocurrido, de tantos años hablándole de aquella mujer. Creándo una ilusión en torno a su figura, de como el día que la conocieran cambiaría sus vidas.
Toda su infancia le contaba historias increíbles de ella. Era su único escape de la realidad en la granja en la que crecieron aislados del mundo.
Después del incendio que acabó con el pueblo de sus padres, Kasdon ejerció como su protector. Se hizo cargo de todo. Era el fuerte de los dos, el que tomaba la iniciativa, siempre le había cuidado y le había hecho sentir seguro. Y aquella noche sentía temor estando en su misma habitación.
Se marcharon del hostal antes del amanecer. Kasdon quería que las primeras luces del alba les pillaran ya a las afueras de la ciudad.
Caminaban por las calles aún a oscuras, alejándose no se sabía muy bien de qué.
Ya no tenía que ir arrastrando de su hermano, aún no parecía recuperado, pero caminaba a su lado siguiendo su paso. Se le pasará, se decía. Cuando le explique todo lo entenderá y me perdonará.
– Kasdon.
Alguien le llamó por la espalda. No podía creerlo, aquella voz de nuevo. No, ese sonido no podía ser real.
– Kasdon, ha pasado mucho tiempo, creí que te alegrarías de verme.
Al darse la vuelta, aquel sonido, aquella voz eran efectivamente ella.
– Hola Blasy.
– Creo que tenemos que hablar.