Episodio IV – Olfato

Habían pasado tres años desde que Kasdon intentó por segunda vez matar a Blasy y de que, también por segunda vez, fracasara en el intento.

Tres años después de la noche de frustrada aparición a escena y amanecer de confesiones las cosas estaban en un lugar y en un momento muy diferente.

Blasy, Tronie y Kasdon regresaron al pueblo que unió sus caminos y que fue el origen del punto en que se encontraban ahora sus vidas. Era un lugar distinto al que, cada uno por motivos diferentes, abandonaron después de que fuera destruido por el incendio.

Para Blasy abandonar aquel lugar fue un mero trámite, se fue como cuando llegó, por casualidad y sin ninguna pretensión, simplemente continuar con su vida. Sobrevivir. Nunca pensó que regresaría y sin embargo allí volvió y allí se encontraba.

Cuando Kasdon abandonó el lugar lo hizo cargado de culpa por lo que había provocado, aunque siempre proyectó esa culpabilidad en aquella mujer extraña a la que todo el mundo achacaba siempre todo lo malo que sucedía. Ahora, después de todo, volvía a estar en ese lugar y lo hacía acompañado precisamente por ella. Parecía que el trauma estaba superado. Como si acumular fracasos en el intento de culminar la misión que le hiciera cerrar aquella herida le hubiera convencido de que esa no era la causa en la que debía volcar sus esfuerzos.

Y Tronie se fue de allí arrastrado por su hermano gemelo, con el que había convivido toda su vida y que siempre lo había mantenido protegido y ajeno a cualquier culpa o iniciativa. Protegido y dependiente. Feliz en su ignorancia e inútil ante cualquier decisión. Y de la misma manera fue como regresó. Siguiendo los pasos de su hermano, del que nunca se había separado.

El pueblo que encontraron estaba semidestruido, cubierto en gran parte por la maleza que había crecido. Mantenía la esencia de lo que había sido cuando estaba en pie y era un lugar vivo. Pero el lugar al que volvieron no les pareció más que una pequeña aldea. Un paseo por el mundo exterior y ver lo que había por allí fuera les había cambiado la perspectiva de lo que dejaron.

¿Cómo decidieron juntar de nuevo sus destinos y andar juntos el camino que los colocó en el lugar de inicio? Pues porque pese a todo eran las únicas tres personas que se tenían en el mundo. Y eso, por alguna extraña razón, los unía más de lo que las separaba. Pese a todo. Lo pasado, pasado estaba. Borrón y cuenta nueva. Permanecer juntos quizá les permitiría dejar atrás todo lo que habían pasado y todo lo que habían sido y comenzar, de alguna manera, otra vez de nuevo.

Tronie era el que parecía más renovado. Seguía siendo el mismo, pero con una vitalidad mucho mayor. Estaba todo el día explorando su entorno y maravillándose con cada descubrimiento. Cada día era un regalo nuevo para él, y cada cosa que se encontraba una experiencia nueva. Eran los mismos árboles, las mismas piedras y los mismos animalillos y para él siempre resultaban como un nuevo regalo cada vez.

Descubría el mundo que siempre le había permanecido oculto. Parecía que tomaba conciencia de que su libre albedrío siempre había sido un poco ficticio, una libertad vigilada que se había relajado y ahora empezaba a disfrutar de esa relajación

Especialmente le gustaban los pájaros. Y las flores, sobre todo las flores. Sus colores eran tan estimulantes y divertidos. Las podía mirar durante horas. Se concentraba en los aromas y olores, les ponía nombres a cada una e inventaba historias con ellas como si fueran personajes reales. Era una ebullición de creatividad inocente y naif.

Blasy vivía con ellos, los tres compartían casa. Cada uno tenía su habitación, pero compartían algunos espacios en los que de vez en cuando pasaban tiempo juntos, normalmente durante las comidas. Aunque durante el resto del día, cada cual se dedicaba a sus cosas. Más o menos habían adquirido un rol con el que se construía el equilibrio que mantenía su relación de simbiosis estable. Cada uno colaboraba un poco, aportaba algo al grupo y así es como fueron avanzando en el tiempo y en sus relaciones.

Blasy retomó sus antiguas dedicaciones. Iba al bosque. Cazaba pequeños animales. Recolectaba frutos y setas. Parecía feliz. Volvía a vivir como la persona que siempre había sido, pero parece que esta vez le encontraba sentido a hacerlo. Sentía que era útil y pertenecía a algún sitio. Se iba acostumbrando a esa vida.

Disfrutaba lo que hacía, ya no parecía hacerlo por rutina. Y también le permitía tener una leve vía de escape. Cuando aquella vida en esa pequeña sociedad le ahogaba, simplemente volvía al bosque y pasaba allí una temporada. Pronto echaba de menos a sus compañeros y volvía a aquello que podía llamar su hogar. La añoranza era un sentimiento nuevo para ella y a veces se obligaba a experimentarlo. Simplemente para asegurarse de que era real

Kasdon era el más activo de los tres. Parecía que necesitaba ocupar el tiempo en algo para poder acostumbrarse mejor a esa nueva vida. Encontró que el bricolaje y la cocina eran unas aficiones apropiadas en las que refugiarse. Además de entretenidas podían ser bastante útiles. Se dedicaba a hacer pequeñas reformas que hacían más habitable la casa. Una estantería, una mesa. Reparar el tejado, construir un vallado en torno al huerto. El huerto también se le daba bastante bien, al fin y al cabo esa había sido la dedicación de su familia. Conocía los períodos de siembra, la mejor ubicación en el huerto para cada planta, como satisfacer los requerimiento de cada una. Obtenía unos productos de gran calidad que empleaba en esmeradas elaboraciones culinarias. Pasaba mucho tiempo entre los fogones, elaborando salsas y acompañamientos que inundaban la casa de un constante aroma hogareño.

Así eran ahora sus vidas y su historia podría concluir así: dos gemelos albinos y una mujer barbuda convivían en un lugar idílico que les abastecía de todo cuanto necesitaban.

Y ese también podría ser el inicio de su historia.


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