Capítulo 1. Un nuevo comienzo.

Nací una noche despejada con el cielo lleno de estrellas. Eso fue lo primero que vi al nacer y lo que continué viendo cada noche que levantaba la mirada al cielo. Esos puntitos brillantes me reconfortaban, estaban ahí siempre. Si tenía un mal día, sólo tenía que esperar a que cayera la noche y levantar la mirada para encontrar algo de alivio. Era un joven fuerte, no podía ser de otra manera para soportar la dureza de aquel lugar. Cada noche se me agolpaban en la cabeza un mundo de preguntas sin resolver. Buscando respuesta me decidí a emprender el camino. Tampoco tenía nada que me atase a aquel lugar alejado de todo, así que cogí la poca ropa que tenía y me colé en el primer camión que pasó por la carretera. Todos iban camino a Tamanrasset, la gran ciudad.

Tamanrasset fue mi primer contacto con la sociedad. Mi pueblo aislado era una pequeña comunidad aislada de todo, pero aquella ciudad representaba lo que había estado buscando desde que era pequeño. Quizá podría empezar a resolver alguna de tantas preguntas que tenía. Al llegar lo primero que necesitaba era buscar donde poder dormir y de qué alimentarme. Dónde dormir no fue difícil, había cantidad de construcciones ruinosas, la mayoría habitadas por otros jóvenes que decían estar de paso. ¿De paso a dónde? No comprendía nada. Pero cuando uno de ellos anunció que se iba ese mismo día, vi la oportunidad y me adueñé rápidamente del espacio que quedó libre. Algo más difícil fue buscar qué comer. Estuve una semana racionando las galletas y el arroz que me llevé de casa, pero cuando se acabaron, empecé a buscar comida a cambio de trabajo.

Mousa tenía el taller más grande de todo Tamanrasset. Arreglaba los camiones que pasaban por allí. Generalmente ruedas pinchadas y después de tantos años a cargo del taller, era capaz de arreglar cualquier problema mecánico que se le pusiera por delante. Un día que pasé por allí se acumulaban cinco camiones para arreglar. No lo dudé y me ofrecí a ayudar a cambio de algo con lo que comer ese día. Mousa vio la oportunidad y no la rechazó, aún sin conocimientos podía ayudarle con el gran esfuerzo físico que requerían aquellas ruedas que reparar. Su cuerpo ya no tenía la fuerza de antaño y yo parecía que podía arreglármelas. Pasamos el día arreglando ruedas pinchadas y al acabar, Mousa me recompensó con una cena que devoré.

Al día siguiente fui de nuevo al taller, pero Mousa no tenía trabajo para mí. Todos los días aparecía a primera hora y me quedaba enfrente del taller esperando a ver si se acumulaba el trabajo y Mousa necesitaba mi ayuda. Los días que ayudaba, comía. Los días que no, ayunaba. Tras un par de meses fuimos entablando una amistad y Mousa decidió compartir la labor del taller conmigo a diario. Al fin y al cabo, si yo estaba bien alimentado, tenía fuerza para realizar el trabajo que requería el taller y Mousa podía darse el descanso que su espalda le pedía cada noche. Gracias a esto, empecé a alimentarme cada día, e incluso a tener algo de dinero que guardaba celosamente. Aún no podía confiar en nadie en aquel lugar.

En estos meses viviendo en Tamanrasset, empecé a darme cuenta de que los jóvenes que conocía no se quedaban mucho tiempo. Se buscaban donde dormir unas semanas, y partían. No sabía a dónde y con qué fin. Y eso me causaba una inmensa curiosidad. Cuando conversaba con los pocos que había de paso que hablaban mi lengua, la mayoría venían de Mali decían querer llegar a Europa. Yo apenas conocía nada de ese lugar, pero decían que había trabajo de sobra para todos y que mucha gente se marchaba allí y conseguía dinero para vivir y ayudar a su familia que se quedaba en África. También me contaron las penurias del camino que habían seguido hasta llegar a Tamanrasset. Habían pagado mucho dinero por jugarse la vida en un camino en el que sobrevivir ya supondría un logro, y estaban en la primera parte del camino aún… A mí no me interesaba todo aquello. Ahora estaba contento. Tenía donde comer, donde dormir y algo que hacer todos los días. ¡Además estaba ahorrando dinero! Hace unos meses eso era algo inimaginable.

Cuando llevaba seis meses ya en Tamanrasset empecé a conocer mejor la ciudad. Sabía que zonas evitar al caer el sol, donde vendían la mejor comida y a quienes era mejor evitar. Muchos me hablaban del camino a Europa, me animaban a irme, pero a mí no me interesaba nada de aquello. Yo salí buscando respuestas y algo que hacer. Tenía trabajo y cada día aprendía algo nuevo. No necesitaba nada más. Con el dinero que ahorré estos meses y el trabajo del taller, pude alquilar una habitación en una cerca de la mezquita Sidi Abderrahman. Ya no dormía en suelo y tenía donde lavarme cada mañana. ¿Qué más podía pedir? En el barrio había supermercado, panadería… Y el taller no quedaba muy lejos. Me sentía muy agradecido, especialmente a Mousa, sin él, nada de aquello hubiese sido posible. Así los ahorros que tenía decidí invertirlos el taller, había bastante maquinaria estropeada y la arreglé, compré herramientas nuevas y pinté toda la fachada. Ahora era más fácil ver el taller cuando pasabas por la carretera y el trabajo avanzaba más deprisa. Todos salimos ganando.

Un día de calor insoportable, llegó un camión con una rueda pinchada. Al parar, salieron de un habitáculo mínimo entre la cabina y la carga al menos ocho personas. Habían estado hacinados en un espacio de tres por dos metros y sesenta centímetros de alto desde Gao, en Mali. Aquello tuvo que ser un infierno. Ayudamos a los jóvenes y les ofrecimos agua y algo de comida. El camionero decía que no sabía estaban ahí pero no me lo creía, el habitáculo parecía haber sido construido expresamente para aquel fin, no tenía otra explicación. Aquel espacio era inhumano y el camionero iba a seguir transportando gente de esa manera, así que entre Mousa y yo hicimos ese espacio algo más habitable. Construimos aberturas que se podían abrir y cerrar desde dentro para que pudiesen respirar mejor y en la parte inferior para que por lo menos pudiesen hacer sus necesidades y estas cayeran al suelo, fuera del camión. No podíamos hacer mucho más, pero si esa persona volvía a transportar a gente en aquel lugar, sería algo menos desagradable. El conductor del camión nos dio las gracias, pero no pagó absolutamente nada por aquello. En cuanto el trabajo estuvo terminado, siguió su camino, de vuelta a Gao.


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