Era la única manera que tenía de salir con vida de allí. Colaboración, compensación. ¿Compensación? ¿Quién compensaba a los chavales que bajaban de los camiones ya muertos? No. Descarta ese pensamiento. No traerá nada bueno. Ni para ti, ni para el pequeño Mousa. Espera. Demasiadas cosas en la cabeza. Últimamente siempre es igual, las palabras se me agolpan en la garganta, sin intención alguna de salir. Solamente están ahí, dificultándome respirar y tragar. Veinticuatro horas al día. Siete días a la semana.
Después de un número indeterminado de horas en las que bajé a los infiernos, sólo pude salir con vida de mi primer encuentro con Mamadou ofreciéndome a colaborar con él para compensarle por el posible daño causado. Aunque a juzgar por el flujo de gente, el daño fue inexistente. De igual forma, el resultado es el mismo. Ahora le pertenezco de alguna manera retorcida. El dicta instrucciones. Yo actúo por miedo a las posibles represalias contra mi o contra el pequeño Mousa.
Mi hijo nació hace ya dos años. Teenemba falleció al dar a luz y nos quedamos solos Mousa y yo. Ahora sólo me tenía a mí y yo sólo lo tenía a él. Era mi única razón para seguir adelante, tenía que darle una salida. Una salida que no fuera el futuro de los que vagan por el desierto buscando la suerte o la muerte. Una salida que no fuera una vida bajo la amenaza constante de alguien más poderoso. Por eso no podía tragar esas palabras que se me agolpaban en la garganta.
Los días ahora eran todos iguales. Despertar, preparar el desayuno de Mousa, dejarlo en casa de su abuela, ir al taller, trabajar, trabajar, trabajar, recoger a Mousa de casa de su abuela, jugar unos instantes con él, acostarlo, cenar, dormir.
El taller ya no era el mismo. Ahora Mamadou y yo lo habíamos convertido en una especie de centro de distribución. Allí llegaban los camiones, bajaban aquellos jóvenes, pagábamos al conductor y cobrábamos a los que se subían rumbo a ninguna parte. Además de arreglar camiones ahora éramos una agencia de viajes con unos valores éticos que en otro lugar serían altamente cuestionables. Yo me había convertido en un experto en adaptar el espacio de los camiones y en hacer dobles fondos donde transportar gente. Siempre intentaba diseñar aquellos lugares para que no fueran un infierno, pero luego Mamadou me obligaba a meter al doble de personas de lo que yo hubiera considerado humanamente posible. Yo lo único que hacía era ir llenándome poco a poco de ira, lenta pero incesantemente.
Mi hijo crecía y, para mí, su crecimiento era una cuenta atrás. Tenía que escapar del yugo de Mamadou antes de que mi hijo entendiera lo que sucedía. Quería poder ofrecerle un futuro libre, y con Mamadou en nuestra vida, respirándonos en el cogote, eso no era posible. Así que empecé a urdir un plan. La agencia de viajes ya era una realidad, que podía convertirse en algo decente si lo dirigía alguien con un mínimo de sentido común y decencia. Si Mamadou no existiera, nada lo impediría. No había subalternos que pudiesen ocupar su lugar. Sólo estaba yo. Así que un día que poco a poco fui montando mi plan. Mamadou venía a recoger el dinero de la semana los jueves. Siempre lo contaba, oculto de las miradas de la gente, en la parte trasera del taller, en una habitación que hacía las veces de oficina. Una noche, coloqué una de las máquinas para doblar las grandes chapas con las que hacía los dobles fondos, en el techo de la habitación, oculta por un falso techo. Al entrar en la oficina era invisible, incluso oculté el botón que la accionaba modificándolo para que se activara al pulsar el interruptor de la luz.
Ayer vino Mamadou a contar el dinero. Eran las tres de la tarde. Encendí la luz. No hubo ningún ruido más allá del golpe seco de la máquina al aplastar de un golpe todo lo que había en su camino. Un pequeño hilo rojo de sangre empezó a salir por debajo de la puerta. Lo oculté con unos trapos y al caer el sol entré en la oficina con un gran bidón de gasolina vacío. Introduje los restos que quedaron en el bidón, no fue fácil, ni agradable. Esta mañana lo cargaré en el primer camión que salga de aquí rumbo a ninguna parte.
Ya no es mi problema. Ahora yo llevo el negocio. No tengo que reportar a nadie. Tengo mi taller y mi agencia de viajes. Dos negocios que puede aprender el pequeño Mousa. Lo he solucionado.